La memoria es la capacidad de adquirir, almacenar y evocar información. José Hernández dijo: “sepan que olvidar lo malo también es tener memoria”.


Es decir, primero aprendemos algo, puede ser desde el nombre de nuestra maestra, pasando por decir mamá y caminar, hasta cientos de miles de otras cosas, luego guardamos esa información en nuestro cerebro y, por último, cuando queremos recordarla, evocamos esa información. Todos los recuerdos están en nuestro cerebro y llegaron ahí gracias a dos procesos: adquisición y consolidación. Cuando aprendemos algo no formamos instantáneamente memorias, sino que desencadenamos un proceso de consolidación que irá fijando el recuerdo a lo largo del tiempo. Recién después viene evocar, que es como llamamos al proceso por el cual vamos a buscar ese recuerdo al fondo de la pila de otros tantos. Evocar es buscar ese recuerdo entre miles, es traer aquel momento que vivimos hace mucho al presente; o sin tanto romanticismo, es saber el precio del kilo de pan para hacer el cálculo antes de ponernos en aprietos por si no nos acordamos y no nos alcanza el dinero que llevamos al almacén.
En este momento histórico que llamamos posmodernidad, repetimos a diario la palabra “neuro”. Repentinamente aparecieron la neurofisiología, la neuropsicología, la nueroeducación, el neuromarketing, la neuroeconomía, todas agrupadas bajo un gran paraguas llamado “neurociencia”. ¿Y la memoria dónde está? La neurociencia se ha puesto de acuerdo y entiende a la memoria como un proceso de cambios constantes en las conexiones del cerebro. Todos nuestros recuerdos se encuentran almacenados específicamente en conexiones entre neuronas. Nuestro cerebro trabaja en red, dichas conexiones se llaman sinapsis y son una de las funciones más importantes de nuestro sistema nervioso. Cada vez que aprendemos algo nuestras neuronas se ponen en contacto mediante una conexión sináptica, y mientras dure ese vínculo estrecho entre ellas, los recuerdos perdurarán. ¿Hay recuerdos que duran más que otros?

La Dra. vanesa Tascon, médica geriatra, diplomada en Discapacidad y Medicina pre hospitalaria y Jefa Médica de Emerger señala:
“Hay recuerdos que duran desde unos pocos minutos hasta algunas horas. Esas memorias, llamadas de corto plazo, nos permiten recordar por un período limitado de tiempo, por ejemplo, el pedido que nos ha hecho mamá antes de ir al súper. Ese tipo de memorias al día siguiente serán olvidadas, como olvidamos los detalles de las películas que vimos la semana pasada, o la cara del delivery que nos trajo la comida noches atrás. En otro lugar se encuentran los recuerdos más viejos. El primer día de clases, las galletitas que comíamos en la merienda con la abuela, el perfume de nuestro amor adolescente con quien nos dimos nuestro primer beso, permanecerán meses, años, o quizás toda la vida. Esas memorias son llamadas “memorias de largo plazo” Nuestra conciencia de los estados transitorios se limita sólo a momentos en que son vividos y no pasa a formar parte de las experiencias de nuestro pasado. La memoria a largo plazo es aquella que traemos al consciente del pasado”.

El Dr. Alberto Davidovich, Director Médico de Emerger, nos cuenta:
“Hoy tenemos acceso a “aliados” tecnológicos que permiten que pongamos en “pausa” nuestra capacidad de recordar, la tecnología. Ya no es necesario recordar fechas de cumpleaños, reuniones, capitales de países, autores de libros o recetas de comidas, porque a través de alertas de calendarios, recordatorios de redes, o el rápido acceso a Google, nos soluciona al instante tener a mano el dato que necesitamos. Saber que nuestro cerebro tiene una pareja digital que puede almacenar miles de millones de datos y que la disponibilidad solo requiere escasos segundos nos quita la enorme responsabilidad de guardar recuerdos, por lo tanto, evitamos esforzarnos innecesariamente. Esto realmente puede ser una gran herramienta, pero debemos usarlo con prudencia, con cautela, ya que ejercitar nuestro cerebro, preparándolo para el deterioro propio que puede presentarse con el devenir de los años, depende de cuánto lo “pongamos en marcha” y no que actúe de modo automático”.


A partir de los 30 años nuestro cuerpo empieza a marcar más el proceso de envejecimiento, aparecen las canas, cambia el metabolismo, perdemos memoria, siendo esto un proceso totalmente natural. Si recordásemos todo, estaríamos la mayoría de las veces tan incapacitados como si no recordásemos nada. El resultado paradójico es que una condición para recordar es que debemos olvidar. Si no pudiésemos olvidar una prodigiosa cantidad de estados de consciencia, y momentáneamente olvidar un gran número de éstos, no podríamos recordar absolutamente nada.

Olvidar es un proceso natural. El problema radica cuando ese olvido no está dentro de lo que esperamos para nuestra edad o para nuestra actividad. Por ejemplo: si ayer estuvimos en nuestro trabajo varias reuniones, lo normal es que no recuerde con detalle todos los temas tratados en las diferentes reuniones, lo anormal sería que no recuerde que fui al trabajo.

¿Qué es lo que influye y suma factores a que esto sea más predisponente?

El estrés es uno de los puntos más importantes, sobre todo cuando es crónico. Esto genera ansiedad, depresión y, consecuentemente, se afecta la memoria. Es decir, no sólo está afectada por problemas neurológicos, sino también por problemas anímicos. También por multitareas. Cuando realizamos muchas cosas al mismo tiempo, sin prestar demasiada atención a cada una de ellas, seguramente no recordemos pequeños detalles, por ejemplo: salgo de casa con el café en la mano, escuchando un audio de WhatsApp, pensando en si en la cartera tengo las llaves del auto, es muy probable que, al salir del edificio, no recuerde si cerré con llave la puerta de casa.

Entonces ¿cómo deberíamos cuidarla?

Lo primordial es controlar todos nuestros parámetros vitales, tensión arterial, glicemia, perfiles lipídicos, alimentación saludable, realizar ejercicio físico. Pero sumar a esto dos factores protectores sumamente importantes: el desafío intelectual y los vínculos afectivos. Todo ellos actuarán de manera conjunta para proteger el deterioro natural de nuestra memoria. Como dijo Gabriel García Márquez: “la vida no es la que vivimos, sino como la recordamos para contarla” Tratemos de que nuestros días estén cargados de momentos gloriosos, sobre todo desde lo afectivo, ya que la memoria del corazón, es la que nunca, nunca se pierde.



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